Los indignados aspiran a tomar el Palacio Real

TRAS FRACASAR en sus repetidos intentos de invadir el Congreso de los Diputados, un sector del M-15 aspira a celebrar su aniversario con la toma del Palacio Real. La relativa desprotección del gigantesco edificio avala el propósito de los indignados. La imagen de un Salón del Trono ocupado por los representantes de la indignación daría la vuelta al mundo. Sería portada de los periódicos impresos, énfasis de apertura en los telediarios y trendingtopic en las redes sociales.

El movimiento indignado fue, en su comienzo, espontáneo, apartidista, interclasista, sincero y pacífico. Después, la extrema izquierda se fue adueñando de la buena voluntad de los jóvenes y ha convertido al singular y esperanzador movimiento en fuerza antisistema de choque, con una escalada violenta cada vez más alarmante.

La toma del Palacio Real, y después su difícil desalojo, no es una idea descabellada y parece más asequible que la ocupación del Congreso de los Diputados, protegido hasta las cejas para salvaguardar a los valerosos representantes del pueblo. La operación tiene poco que ver con lo que ocurrió en la Bastilla o en el palacio de los zares. No especulemos con piruetas históricas, a las que tan aficionados son algunos comentaristas. No hagamos juegos malabares con nombres y acontecimientos. El Rey de España vive ahora en un discreto chalé en el monte de El Pardo, de complicado acceso para los manifestantes. Sin embargo, a nadie se le oculta la descarga simbólica que tendría la ocupación del Palacio Real. Sin necesidad de motines de Esquilache, los indignados alcanzarían su mayor propaganda al discurrir por los salones que albergan los pasos de Felipe V y de Carlos III, de Isabel II y Alfonso XIII.

La política seria consiste en prevenir, no en curar. La fórmula arriólica de no hacer nada, de permanecer inmóvil para que el tiempo arregle las cosas, es muchas veces un grave error. La política de los tres monos de Nikko -no ver nada, no oír nada, no decir nada- puede resultar útil en alguna ocasión pero resulta tórpida y estéril en la mayoría de los casos. El entorno botafumeiro de Mariano Rajoy suele afirmar que aquí no pasa nada ni va a pasar nada. Pero lo único que le falta a un Gobierno acosado es que los indignados tomen el Palacio Real y acampen en él durante varias semanas. Rajoy está a tiempo de reforzar, como hizo para salvaguardia de los heroicos diputados, la custodia del Palacio Real poniendo en estado de alerta a las Fuerzas de Seguridad, con el fin de que permanezcan ojo avizor hasta que el riesgo de invasión haya desaparecido. Prevenir, sí, en lugar de someterse al riesgo de curar a destiempo una enfermedad de difícil saneamiento. Mariano Rajoy debería estar ya sopesando las órdenes que debe impartir a su ministro del Interior para dejar fuera de juego a los alfiles del movimiento indignado.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.